Raúl y Elisa habían planeado acudir a cenar a un conocido restaurante del centro de Madrid un viernes por la noche. El plan parecía salir a pedir de boca, ya que reservó la mesa tres semanas atrás con motivo de la visita de su pareja, que vivía en Barcelona, y a la que sólo veía dos fines de semana al mes. Desde que acudió a la estación de Atocha a recogerle, las palabras no habían dejado de salir de la boca de ambos, poniéndose al día de todo cuanto les había sucedido en la ausencia del otro.
Una vez en el restaurante, Elisa, mientras Raúl le narra un proyecto que tenía en marcha junto a unos compañeros de trabajo de Barcelona, se percata de la pareja que había frente a su mesa. Eran unos ancianos, que igual que ellos, se encontraban cenando, pero con la gran diferencia de que no habían intercambiado palabra alguna durante la velada. Pero parecían felices. A Elisa le extraña el comportamiento y se lo hizo saber a Raúl: “Espero que tú y yo nunca estemos así. Seguro que nunca nos quedaremos sin temas de conversación, ¡tenemos tanto en común...!
Raúl sonrie y recuerda a su novia un reportaje que leyó hacía unos meses sobre el tiempo que las parejas dedicaban al día a charlar. Según el informe, comienza a contar Raúl, a mayor tiempo juntos dos personas dedican menos tiempo a hablar. De esta manera, las parejas no casadas hablan entre 50 y 60 minutos, cuando se casan la cifra desciende a algo menos de 40, y al llevar 30 años conviviendo el tiempo empleado en contarse los problemas es de 16 minutos. Con 50 años casados, el asunto era asombroso, ya que no se dedican ni tres minutos al día.
Elisa parece extrañada de que un matrimonio pudiera llegar a tales extremos. Tras pedir el postre, continua charlando con Raúl del tema y le recuerda una conversación que había tenido con su abuela en su última visita al pueblo. En ella, ésta le explicaba a su nieta que cuando se lleva muchos años con otra persona a veces, las palabras sobraban. Había momentos, prosigue Elisa, en el que conoces tan a la perfección a tu pareja que casi puedes leerle la mente, y el discurso se hacía innecesario. Su abuela le había contado como sabía a la perfección el estado de ánimo de su abuelo, de si tiene hambre sin que él se lo dijera. Cuando dos personas han estado mucho tiempo juntos hay formas sutiles de comunicación que nadie aprende pero que se saben.
Raúl entonces puso como ejemplo cuando veía a una pareja de personas mayores sentadas en un banco silenciosas, pensativas, mirando pasar a la gente pero sin intercambiar impresiones con su allegado. A Elisa le hizo gracia el ejemplo, y recuerda cuando era más joven e iba en la parte trasera del coche de sus padres y les proponía que pusieran música o un CD, ya que el silencio “le ponía nerviosa”.
La pareja se estaba poniendo de acuerdo en que no era sólo cuestión de años casados, sino que la edad personal también jugaba un factor clave. Los más jóvenes, prosigue Raúl, tenían la necesidad de rellenar cada momento de silencio con televisión, música o charlas, pero a medida que crecías veías más conveniente sentarte a reflexionar y analizar.
La cena llega a su fin. La pareja decide que, en lugar de coger el metro, lo mejor era dar un paseo hacía la casa de Elisa. Los jovenes se agarraron de las manos y, durante el trayecto, el silencio se apodera de ellos.
Una vez en el restaurante, Elisa, mientras Raúl le narra un proyecto que tenía en marcha junto a unos compañeros de trabajo de Barcelona, se percata de la pareja que había frente a su mesa. Eran unos ancianos, que igual que ellos, se encontraban cenando, pero con la gran diferencia de que no habían intercambiado palabra alguna durante la velada. Pero parecían felices. A Elisa le extraña el comportamiento y se lo hizo saber a Raúl: “Espero que tú y yo nunca estemos así. Seguro que nunca nos quedaremos sin temas de conversación, ¡tenemos tanto en común...!
Raúl sonrie y recuerda a su novia un reportaje que leyó hacía unos meses sobre el tiempo que las parejas dedicaban al día a charlar. Según el informe, comienza a contar Raúl, a mayor tiempo juntos dos personas dedican menos tiempo a hablar. De esta manera, las parejas no casadas hablan entre 50 y 60 minutos, cuando se casan la cifra desciende a algo menos de 40, y al llevar 30 años conviviendo el tiempo empleado en contarse los problemas es de 16 minutos. Con 50 años casados, el asunto era asombroso, ya que no se dedican ni tres minutos al día.
Elisa parece extrañada de que un matrimonio pudiera llegar a tales extremos. Tras pedir el postre, continua charlando con Raúl del tema y le recuerda una conversación que había tenido con su abuela en su última visita al pueblo. En ella, ésta le explicaba a su nieta que cuando se lleva muchos años con otra persona a veces, las palabras sobraban. Había momentos, prosigue Elisa, en el que conoces tan a la perfección a tu pareja que casi puedes leerle la mente, y el discurso se hacía innecesario. Su abuela le había contado como sabía a la perfección el estado de ánimo de su abuelo, de si tiene hambre sin que él se lo dijera. Cuando dos personas han estado mucho tiempo juntos hay formas sutiles de comunicación que nadie aprende pero que se saben.
Raúl entonces puso como ejemplo cuando veía a una pareja de personas mayores sentadas en un banco silenciosas, pensativas, mirando pasar a la gente pero sin intercambiar impresiones con su allegado. A Elisa le hizo gracia el ejemplo, y recuerda cuando era más joven e iba en la parte trasera del coche de sus padres y les proponía que pusieran música o un CD, ya que el silencio “le ponía nerviosa”.
La pareja se estaba poniendo de acuerdo en que no era sólo cuestión de años casados, sino que la edad personal también jugaba un factor clave. Los más jóvenes, prosigue Raúl, tenían la necesidad de rellenar cada momento de silencio con televisión, música o charlas, pero a medida que crecías veías más conveniente sentarte a reflexionar y analizar.
La cena llega a su fin. La pareja decide que, en lugar de coger el metro, lo mejor era dar un paseo hacía la casa de Elisa. Los jovenes se agarraron de las manos y, durante el trayecto, el silencio se apodera de ellos.
Rocío González
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