Fueron los Antiguos los primeros en adjudicarle a la mujer el trabajo del hogar, y no precisamente veían a la mujer como un ser perspicaz con una capacidad intelectual destacable. El primero del que se tiene constancia que infravaloró la capacidad femenina fue Pitágoras, padre de las matemáticas, que afirmó que “hay un principio bueno, que ha creado el orden, la luz y el hombre, y un principio malo, que ha creado el caos, las tinieblas y la mujer”. Pocos siglos después, el propio Aristóteles plasmaría que “la hembra es hembra en virtud de cierta falta de cualidades”. Obviando las funciones sociales que en la época Antigua tenía la mujer, cuesta creer cómo las teorías de estos dos tipos se siguen usando para dar luz a algunas cuestiones científicas en la actualidad.
Ya en el siglo XV sería Erasmo de Rotterdam quién aventurara a decir que “la mujer es, reconozcámoslo, un animal inepto y estúpido aunque agradable y gracioso”. Las cortas miras de este sacerdote ayudan a entender por qué se equivocó en su forma de dar apoyo a Lutero, y a por qué pasó los últimos años de su vida solo y perseguido tanto por cristianos como por reformistas.
En el Romanticismo se dejaron a un lado las reflexiones sobre la absurda naturaleza femenina para comenzar a reflexionar en torno a su psicología, a la complejidad de su universo. El suizo Henri-Frédéric Amiel escribió al respecto que “se entiende a las mujeres como se entiende el lenguaje de los pájaros: por intuición o de ninguna manera”. Y Cocteau, casi contemporáneamente, diría” hay tres cosas que jamás he podido comprender: el flujo y reflujo de las mareas, el mecanismo social y la lógica femenina”.
El paso del tiempo ha confirmado que de poco ha servido lo que todos estos señores dijeran o escribieran sobre las mujeres. Por suerte, la evolución también ha ocupado del hombre y hoy en día es difícil encontrar a alguien que se atreva (al menos en público) de soltar tal majadería sobre la mujer. Severo Ochoa, premio Nobel en medicina, afirmó que “una mujer puede cambiar la trayectoria vital de un hombre”. Seguramente, unos pocos no estén de acuerdo pero de lo que no cabe duda es que la mujer es la pieza indispensable del ciclo biológico del hombre, la piedra que permitió construir eso que se conoce como Humanidad.
Silvia Campillo
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